La actividad física no es una alternativa, es una obligación cuando se trata de disminuir el riesgo de cáncer. Numerosas investigaciones han confirmado que el ejercicio regular va más allá de mantener un peso adecuado: regula hormonas clave que desempeñan un papel crucial en el origen y progresión del cáncer, como el estrógeno, la insulina y los factores de crecimiento similares a la insulina (IGF).


Estas hormonas, cuando están descontroladas debido a la inactividad y el exceso de peso, son el terreno perfecto para el desarrollo tumoral. La American Cancer Society enfatiza que realizar al menos 150 minutos de ejercicio moderado o 75 minutos de actividad intensa por semana está asociado con una disminución notable en el riesgo de cáncer colorrectal, endometrial y de mama postmenopáusico.

Es importante no caer en la falsa creencia de que cualquier ejercicio ligero es suficiente. Los tipos de actividad más eficaces, los que realmente marcan la diferencia, incluyen ejercicios aeróbicos como caminar rápido, correr y nadar, junto con el entrenamiento de resistencia. Estos no solo mejoran la capacidad cardiovascular y muscular, sino que también promueven la liberación de hormonas como las endorfinas y la serotonina, que no solo elevan el estado de ánimo, sino que también ayudan a combatir el estrés oxidativo, uno de los principales impulsores de las células cancerosas.

Según un estudio reciente de la Harvard T.H. Chan School of Public Health (2023), el ejercicio constante puede reducir hasta en un 30% el riesgo de cáncer de mama en mujeres postmenopáusicas. Además, fortalecer el sistema inmunológico a través del ejercicio, como lo demuestran estudios de la University of California, Los Angeles (UCLA) (2023), aumenta la capacidad del cuerpo para eliminar las células cancerosas.

Más allá de la prevención, el ejercicio también tiene efectos directos y profundos en el tratamiento del cáncer. Investigaciones recientes del National Cancer Institute y la Johns Hopkins University (2023) revelan que los sobrevivientes de cáncer que se involucran en programas de ejercicio estructurado experimentan mejoras notables en su calidad de vida, además de una reducción significativa en los efectos secundarios devastadores del tratamiento, como la fatiga y la depresión. Ignorar el poder del ejercicio es prácticamente una resignación frente a la enfermedad.

Integrar una rutina de ejercicio no es solo una medida preventiva, es una estrategia activa para luchar contra el cáncer. Mientras muchos esperan una cura milagrosa o un tratamiento definitivo, el ejercicio ofrece un enfoque comprobado, efectivo y accesible para enfrentar la enfermedad desde el interior. La combinación de ejercicio aeróbico con entrenamiento de fuerza ofrece un enfoque integral que no solo previene, sino que también fortalece el cuerpo para resistir los embates del cáncer.

El ejercicio no es una opción secundaria en la batalla contra el cáncer, es una herramienta fundamental que debe incorporarse en todas las etapas del proceso. Desde la prevención hasta la recuperación, la actividad física siempre será una poderosa y efectiva arma para combatir uno de los mayores desafíos de la salud global.

Mag. Sergio Furlan. Mat. COPEF 712

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