El montañismo no es un deporte; es una experiencia de transformación. Cada ascenso a una montaña encierra mucho más que el desafío físico: es un acto de introspección, una búsqueda de significado y, sobre todo, una reconexión con lo esencial. Las cumbres no solo se escalan con las piernas, sino con el espíritu. Pero, ¿qué mueve realmente a una persona a enfrentar el frío, la altitud y el agotamiento, arriesgando incluso la vida?

La respuesta no reside únicamente en el paisaje deslumbrante ni en la sensación de logro. La montaña apela a algo primigenio, inscrito en nuestras fibras más íntimas. Este espacio inmenso, inabarcable, nos devuelve a una escala humana, nos recuerda nuestra vulnerabilidad. En palabras de Reinhold Messner, “La montaña es un espejo de nosotros mismos; no escalamos para conquistarla, sino para conquistarnos”.

La neuroquímica del ascenso: el motor invisible

La experiencia de la montaña está sostenida por un delicado balance de respuestas químicas en el cuerpo. El esfuerzo físico prolongado estimula la liberación de endorfina, esa hormona que mitiga el dolor y genera euforia. Simultáneamente, la dopamina, relacionada con el sistema de recompensa, se activa al visualizar cada paso más cerca de la cima. A esto se suma la adrenalina, que en situaciones de riesgo agudiza nuestros sentidos y nos hace sentir vivos.

Sin embargo, no es solo la bioquímica lo que nos empuja. Es algo más profundo. La montaña, con su vastedad y peligrosidad, nos obliga a abandonar el ego y abrazar la incertidumbre. En esos momentos en los que uno siente que no puede más, aflora la verdadera esencia de ser humano: la capacidad de persistir, de avanzar incluso en contra de todas las probabilidades.

El guía: más que un acompañante, un intérprete de lo sublime

La figura del guía de montaña trasciende el rol de líder; es un intérprete del lenguaje mudo de las alturas. En sus manos no solo está la seguridad del grupo, sino también la capacidad de darle sentido al esfuerzo. Un buen guía no se limita a trazar un camino: comparte historias, saberes, y ofrece una meta-visión del montañismo. Enseña que cada ascenso es, en realidad, una alegoría de nuestras luchas internas.

Además, la guía experimentada sabe leer los signos del entorno, comprender el lenguaje del clima, y responder a las necesidades físicas y emocionales de los montañistas. Esto genera un lazo de confianza que trasciende la jornada y deja una huella indeleble.

El montañismo: un acto filosófico

La montaña nos obliga a detenernos y cuestionar lo esencial. En ese estado de agotamiento y maravilla, encontramos una respuesta visceral: la vida no se mide por los logros, sino por las experiencias que dejan cicatrices en el alma.

El dolor físico, el frío que cala hasta los huesos y los momentos de duda son, paradójicamente, lo que hace que la montaña se convierta en un espacio adictivo. Cada ascenso es una pequeña muerte del yo superficial y un renacer del yo auténtico.

Por eso, quien sube a una montaña no regresa siendo la misma persona. En la cima, uno deja atrás las trivialidades de lo cotidiano y regresa con algo mucho más valioso: la certeza de que la vida, como la montaña, no está hecha para ser conquistada, sino para ser vivida con humildad y plenitud.

Mg. Sergio Furlan

Enlace al articulo:

https://whatsapp.com/channel/0029VaoG5PW9MF94cHDOi90F/153

Enlace al canal de Whatsapp:

VIDA ACTIVA & BIENESTAR | WhatsApp Channel