La procrastinación, especialmente en el ámbito del ejercicio físico, se ha asociado directamente con efectos negativos en la salud física y mental. Recientes investigaciones indican que la postergación constante de actividades físicas disminuye la eficiencia del sistema cardiovascular y perjudica la capacidad aeróbica (Grunschel et al., 2021).
En el caso del entrenamiento deportivo, los efectos son aún más graves, ya que la procrastinación interfiere con el progreso y la adaptación muscular, conduciendo a un mayor riesgo de lesiones y a la incapacidad de alcanzar metas establecidas (Henning et al., 2022).
Desde una perspectiva psicológica, la procrastinación está vinculada a la ansiedad y la baja autoestima, creando un ciclo de evitación y malestar emocional. En el contexto deportivo, esto resulta en una falta de motivación que perpetúa la inactividad física, afectando negativamente el bienestar general (Sirois & Pychyl, 2021).
A nivel psicológico, la procrastinación también interfiere con los buenos hábitos alimentarios. Posponer decisiones saludables, como preparar comidas balanceadas o evitar alimentos ultraprocesados, puede generar un impacto duradero en el rendimiento físico y la composición corporal (Papageorgiou & Karademas, 2021).
La falta de disciplina alimentaria, combinada con la inacción física, crea un entorno donde el cuerpo no recibe los nutrientes adecuados para funcionar de manera óptima, empeorando aún más la capacidad de recuperación y adaptación al entrenamiento (Lowe et al., 2021).
El tiempo en la montaña es limitado, como nuestra vida misma.
Cada instante que posponemos el entrenamiento es un momento perdido en nuestra búsqueda por superarnos. Recordemos que el verdadero reto no está solo en la cumbre, sino en cada paso que damos hacia ella.
La procrastinación nos aleja de nuestra esencia; correr y caminar son, en última instancia, expresiones de libertad y voluntad.
Mag. Sergio Furlan
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